domingo, 11 de octubre de 2020

Life is love... aunque a veces no lo parezca

No ha sido ésta una semana fácil en mi ciudad, en Madrid. Tras una nueva semana de vaivenes políticos, volvemos a estar en un estado de alarma laxo y polémico al mismo tiempo. Es como si el hastío por esta situación que nos trae la propia pandemia junto con la nefasta gestión política de la misma estuvieran llevando un paso más allá la paciencia de la gente. Son tiempos de fachada convulsa y de trasfondo triste.

En medio de todo ello, mi casa de espacios diáfanos y blancos limpios es un refugio. Me sé afortunada por este espacio acogedor que me alberga literalmente, me da cobijo, me hace sentir que puedo entrar en un lugar de cordura, de seguridad, de calma. Las cristaleras que me muestran el jardín a la altura de la copas de los árboles me devuelven una mirada amable del mundo exterior. Este pequeño oasis de naturaleza se mantiene impertérrito a lo largo de los meses de esta crisis, siguiendo los ciclos naturales de las estaciones, acompañándonos fieles en nuestro día tras día. Es un regalo en este encierro más o menos radical según las épocas. 

Es también un regalo El Retiro, que tengo el privilegio de atravesar cada día de camino a la estación de Atocha. Dejar los coches atrás con sólo cruzar la calle, subir las escaleras y encontrarme en un mar de copas de árboles y silencios matutinos que me acarician el alma, me dan respiro, me recuerdan lo que de verdad busco en mi alma: paz, tranquilidad, silencio. El frecor en la cara me hace sentir despierta. Me cuesta salir para volver a la ciudad-ciudad, a los coches, el tráfico, el ruido. Algo por dentor me dice que salir de allí es contranatura. 


He empezado a anotar los pequeños-grandes momentos del día cada noche en un cuaderno, como para sumergirme antes de dormir en ese plano de belleza de la vida con el que necesito casi desesperadamente conectar. De todos los que hay (¡que son muchos!), tengo que quedarme con algunos para dejar guardados en este álbum. Allá vamos:

Martes

La nueva enfermera residente (no recuerdo su nombre) se esfuerza por dar un buen resumen en el pase de planta del final de la guardia. Se ve que empieza con ilusión algo por lo que ha luchado mucho, y quiere hacerlo muy bien. Se nota el esfuerzo por dar lo mejor de sí misma, cómo escoge cada palabra y pone todo el empeño en recordar hasta los mínimos detalles que ha podido captar de los pacientes. En un momento dado temo que los "viejos del lugar" le llamen la atención y le digan que se está extendiendo demasiado, que eso que para ella es novedad para todos los presentes es rutina y no merece tanta atención. Por suerte, nadie le dice nada, y su agua fresca nos salpica la cara a los que ya estamos adormilados y enmohecidos por la repetición de decenas y decenas de pases de guardia. 

Después de comer, ya en casa, Piltra me cuenta cómo fue la primera sesión del curso de cuentacuentos. Y me lee un cuento breve que tuvieron que inventar, que me conmueve. En él imagina que, si nos tocara la lotería, nos iríamos a vivir a una pequeña colonia en la naturaleza con nuestros mejores amigos, cada uno en su casa, pero todos cerca. Se me nubla la mirada al descubrir que no se me ocurre mejor plan.

Una llamada de Pablo me devuelve a la dimensión profunda de la vida. Compartimos, como desde hace tantos años, sueños y proyectos. Me cuenta sobre el libro que ha escrito y que le gustaría que lo revisara. Me siento feliz de que sigamos compartiendo al cabo de tantas y tan diferentes etapas. Alejandra, su hija de dos años, me saluda por teléfono y la oigo correr alegre a contárselo a su madre, como si haber hablado conmigo fuera un gran acontecimiento. Siento casi físicamente como se me esponja el corazón.

La cocina es para mí un lugar de expresión artística. Obras de arte que se comen. Miro a través de la puerta del horno cómo el queso se dora sobre la coliflor con bechamel.  Cuando abro la puerta del horno una ráfaga de aire caliente y de olor a queso fundido anuncian la fuente humeante que me hace sentir satisfecha. Ya quiero que sea mañana para probarlo.


Miércoles:

Hoy me quedo en casa. Pruebo por primera vez las mieles del teletrabajo. Cruzar el umbral del despacho y seguir la clase desde mi sillón favorito. Las bondades de la vida digital me permiten hacer el descanso en mi propia cocina, con una infusión de té chai y un pedazo de bizcocho casero de zanahoria. Lo saboreo con tanto gusto que tengo que cerrar los ojos. Respiro en paz. Me siento la persona más afortunada del mundo en ese preciso momento. El cartoncito de la infusión me recuerda: "Love is life, life is love". Me lo guardo, que me va a venir bien recordarlo de vez en cuando.

Por la tarde limpio la casa en compañía sonora de Berto y Andreu, que me hacen reír desde hace años y son mi salida de emergencia durante toda esta pandemia. Su "Nadie Sabe Nada" es un auténtico oasis. Les estoy muy agradecida porque el absurdo, el buen humor y el sentirlos buena gente me devuelven la esperanza en que se pueden seguir buscando grietas por las que asomarse a la vida con optimismo.


Viernes:

Vuelvo a sentir ganas de estudiar. Me declaré en rebeldía cuando las guardias se hicieron demasiadas y demasiado imprevisibles, cuando la incertidumbre me agotó las neuronas y lo único que quería era escapar de todo aquello que se relacionara con el trabajo. Pero estos últimos días de nuevo siento el deseo de avanzar en mi especialidad, de dedicarle tiempo a saber más y mejor. Escucho un podcast sobre el Litio que me entusiasma. Disfruto comprendiendo y yendo más allá, y sabiendo que ahora tengo más elementos para ayudar mejor a mis pacientes. Siento que algo dentro de mí cabalga de nuevo.


              "Estar mal es la antesala de estar bien" 

                                                                                                       (Andreu Buenafuente)



domingo, 4 de octubre de 2020

De las profundidades del lago y las grietas de la vida

Son tiempos difíciles. Esta nueva (a)normalidad que vivimos desde marzo, a quien más a quien menos, nos tiene descolocados. Muchas y muy diversas son las emociones que toda esta nueva situación y sus múltiples implicaciones suscitan en cada persona. La vida, además, se ha vaciado en cierto modo de los antiguos contenidos (cómo desempeñábamos nuestros trabajos, cómo nos movíamos por la ciudad, cómo nos relacionábamos, cómo disfrutábamos nuestro tiempo libre...), dejándonos como despojados y desconcertados; un poco como "con cara de portero goleao", como diría Ricky López. Las capas más superficiales de la vida están bastante teñidas de confusión e incertidumbre. Y no sólo las superficiales, también las inmediatamente siguientes en el camino al corazón de nuestro corazón (valga la redundancia). También hay mucha violencia y mucha polarización en los interiores de las personas, a cuya suavización no ayuda la nefasta gestión de esta pandemia por parte de nuestros políticos que nos muestran cotidianamente los telediarios.

Este blog surge como forma de reivindicar la capa profunda de la vida, la que está ahí cuando buceamos un poco más, la que aún sigue intacta. Una imagen clásica en meditación es la del lago; el lago cuya superficie pasa por diferentes estados en función del clima externo, pero cuyo fondo queda siempre preservado, estable y tranquilo. Quisiera que este blog fuera una ventana a esa capa más profunda que sigue albergando la vida. En tiempos como estos es fácil que nuestra atención seleccione automáticamente las cosas que nos producen incertidumbre, las pérdidas que alimentan esa especie de tristeza colectiva que arrastramos, lo soso y rutinario de esta comida poco apetecible en la que de repente parece haberse convertido la vida, limitados en muchas ocasiones a trabajar y regresar a casa (si es que conservamos el trabajo), con las opciones de ocio reducidas por la necesidad de preservar la seguridad, y con la distancia con nuestros seres queridos como precepto de responsabilidad y prudencia.

Este blog quiere ir un poco más allá y descubrir las grietas por las que, si miramos con la curiosidad y la inocencia de los niños, podremos seguir asombrándonos con la belleza de la vida. Y es que, los corazones maltrechos de esta etapa necesitan Belleza y algunas cosas más. La indignación, tan necesaria para alcanzar la justicia, puede acabar perforándonos el estómago si no la regamos con un poco de dulzura. La tristeza por lo perdido se convertirá en depresión si no reparamos en los discretos indicios de que aún queda mucho de valioso y mucha novedad en la vida por ser actualizada. El enfado que brota de la injusticia sentida por las consecuencias sociales y laborales de esta crisis, y que es fundamental para  ser capaces de luchar por nuestros derechos, nos acabará consumiendo y distanciando de todo y de todos si no dejamos que los bálsamos naturales que se tejen en las relaciones entre los seres (no sólo humanos) que habitan este mundo nos suavicen el alma y nos ablanden la mirada.

Este blog surge, por tanto, de mi necesidad de recuperar, aun en medio de este fango actual, la dimensión profunda y hermosa de la vida; de mirar con gafas contemplativas mi cotidianeidad y descubrir los tintes de trascendencia y milagro que se otean cuando una se anima a mirar por esas sutilmente perceptibles grietas de la vida.

Life is love... aunque a veces no lo parezca

No ha sido ésta una semana fácil en mi ciudad, en Madrid. Tras una nueva semana de vaivenes políticos, volvemos a estar en un estado de alar...